Principio        Introdución        Tarea        Proceso        Evaluación        Conclusión      

 

 

(Pincha aquí si quieres consultar en el diccionario alguna palabra distinta a las que aparecen destacadas en el texto)

http://buscon.rae.es/draeI/html/cabecera.htm

 

 
    • El protagonista de la serie de aventuras del Capitán Alatriste es el niño de trece años Iñigo Balboa, protegido del capitán. En el fragmento, ambientado en la España del s.XVII, Iñigo está en las cárceles de la Inquisición, de la que sólo sale para ser torturado e interrogado, en espera de morir quemado (el festejo de la plaza Mayor al que se alude en el texto)...


Las aventuras del Capitán Alatriste. Limpieza de sangre

(Arturo Pérez Reverte)


Ignoro cuánto tiempo transcurrió después, en la celda húmeda donde fui recluido en la sola compañía de una rata enorme que se pasaba el tiempo mirándome desde un oscuro sumidero que había en un ángulo de la estancia. Dormí, tuve pesadillas, cacé chinches en mis ropas para matar el tiempo, y por tres veces devoré el pan duro y la escudilla de nauseabundo potaje que un carcelero sombrío y mudo puso en el umbral de la celda con mucho estrépito de llaves y cerrojos. Estaba industriando el modo de acercarme a la rata y matarla, pues su presencia me llenaba de terror cada vez que sentía vencerme el sueño, cuando el esbirro bermejo y el grandullón -así, le haya dado Dios como a mí me dio- vinieron en mi busca.[...]


Disculpen vuestras mercedes que vuelva a ocuparme de mi persona, en el calabozo de las cárceles secretas de Toledo, donde casi había perdido la noción del tiempo, del día y de la noche. Tras algunas sesiones más con sus correspondientes palizas por parte del esbirro pelirrojo -cuentan que también Judas fue bermejo, y así haya terminado sus días mi verdugo como aquél los concluyó-, y sin que yo llegase a revelar nada digno de mención, me dejaron más o menos en paz. [...] La acusación de Elvira de la Cruz y el amuleto de Angélica parecían bastar para su propósito, y la última sesión realmente dura consistió en un prolijo interrogatorio a base de mucho "no es más cierto", "di la verdad", y "confiesa que", donde me preguntaron repetidamente por supuestos cómplices, moliéndome con el vergajo las espaldas a cada silencio mío, que fueron todos. Diré, tan sólo, que me tuve firme y no pronuncié nombre alguno. Y que eran tales mi debilidades y postración, que aquellos desmayos que solía fingir al principio y tan cabal resultado dieron, seguíanse produciendo ahora de suerte natural, lo que me ahorraba calvario. Imagino que mis verdugos no llegaron más lejos fue por miedo a privarse del brillante papel que me preparaban en el festejo de la plaza Mayor; mas no alcanzaba yo a considerar todo esto por lo menudo, pues hallábame con muy parva lucidez, tan embotado de seso que ni siquiera me reconocía en el Íñigo que soportaba azotes o despertaba con un estremecimiento, en la oscuridad del húmedo calabozo, oyendo a la rata ir y venir por el suelo. Mi única verdadera aprensión era pudrirme allí hasta cumplir los catorce años, y trabar entonces estrecho conocimiento con el artilugio de madera y cuerdas que seguía en la sala de interrogatorios, como cierto de que tarde o temprano iba a terminar yo perteneciéndole.

Mientras tanto, cacé la rata. Harto de dormir temeroso de sus mordiscos, dediqué muchas horas a estudiar la situación. Concluí así conociendo sus costumbres mejor que las mías propias; sus recelos -era una vieja rata veterana-, audacias y manera de moverse entre aquellas paredes. Llegué a seguir con el pensamiento cuantos recorridos hacía, incluso a oscuras. Así que una vez, fingiéndome dormido, la dejé hacer su camino habitual hasta que la supe en el rincón donde, previsor, había dispuesto cada vez algunas migas de pan, acostumbrándola en esa querencia. Y luego agarré la jarra del agua y la estrellé sobre ella, con tan buena fortuna que estiró la pata sin decir ay, o lo que diablos digan las ratas cuando les dan lo suyo.

       [...]